Las sectas se comprenden desde la
ambigüedad: proponen despertar el alma para oscurecerla, orientar para
confundir; alcanzar el bien “supremo” para ganar espacios con el mal,
beneficiar para despojar, construir comunitariamente entre “hermanos”
para destruir la hermandad comunitaria, unir para dividir; encontrarse
para perderse, humanizar para deshumanizar, relacionar para separar,
adquirir para vaciar y hurtar dignidad, valores, creencias, dinero,
proyectos, realización, sentimientos, voluntad, tiempo, la Verdad; en
síntesis, proponen vivir agonizando.
Y las ambigüedades sectarias nos conducen
a dilucidar el verdadero objetivo: instaurar la indiferencia social y
cultural entre quienes, casi inmutables y permisivos ante tanto
desequilibrio, juegan a su favor. La indiferencia siempre conduce a una
mayor inestabilidad emocional. Si la contaminación es un cambio
indeseable que puede afectar negativamente al hombre, pues entonces esta
indiferencia nos está contaminando, y su impacto se proyecta en la
desdicha.
Cuando una persona se siente desdichada
se comportará como desorientada en ciertos aspectos de su vida; impulso,
fuente y causa de la necesidad de buscar “la dicha” en cualquier parte.
Y si la desdicha se suma al miedo, movilizará otros aprendizajes,
llegando a la combinación perfecta para “aprehender” de las sectas.
La capacidad de manipular, de valorar lo
que puede servir de una persona dio lugar al despojo, a expensas de las
relaciones con los demás y con el único interés de evitar toda
aproximación empática, bloqueando los comportamientos sociales
inteligentes. La conciencia del daño que continuamente muerde las
esencias nos plantea nuevamente ¿qué deberá hacer el hombre para no
perder su condición de hombre?
La necesidad de medir las consecuencias
de nuestros actos nos hace diferentes; conocemos las consecuencias de
conferir poder, nuestro poder, a quienes por acumulación gratuitamente
permitida, continúan por inacción obteniéndolo. Recordemos que el
resultado siempre se observa en el espejo social.
Cada individuo, por esencia, lleva una
impronta naturalmente dada. Nuestras cualidades representan lo más
sublime. No somos un accidente, tampoco lo es la instauración y
proliferación sectaria. El “poder sectario” comparte con nosotros la
espera silenciosa, pero desde otra grada.
Allí todo el ideal se pragmatiza, se
convierte en táctica y cae bajo la presión de las ambiciones de la
trepa, de las ansias de poder, en suma, del deseo de adquirir la
preponderancia necesaria para nivelar la ambigüedad de lo humano, esa
tierra movediza en la que se está sin saber jamás qué es aquello que
puede justificar nuestra existencia conciente – Moreno Peralta, 2006
Mara Martinoli
Fuente de información: APG ARGENTINA
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